dilluns, 31 de juliol del 2006

Lohengrin en el Liceu

Fotografías de Antoni Bofill
Ayer noche asistí a la última representación de la temporada de ópera del Gran Teatre del Liceu. Nada menos que Lohengrin de Richard Wagner, con John Treleaven en el papel protagonista, Emily Magee en el de Elsa , Reinhard Hagen como el Rey Heinrich, Hans-Joachim Ketelsen como Telramund, Luana DeVol como Ortrud y Robert Bork como el heraldo. Direcció musical de Sebastián Weigle i escénica de Peter Konwistschny.
La puesta en escena de Konwitschny es la ya conocida que se presentó en el mismo Teatro hace 4 ó 5 años, entonces dirigida musicalmente por el maestro Peter Schneider.

Se trata de un cambio de época y de situación radical, tan en boga en nuestros días, consistente en ubicar la acción en una escuela de los años 30 ó 40, siendo los personajes, tanto los protagonistas como los coristas, niñas y niños jovencitos y traviesos en pantalón corto y cartera en la espalda, salvo Lohengrin, que aparece subiendo de bajo tierra por una trampilla (como el demonio de los “pastorets”) y que viene del “más allá”. A pesar de lo esperpéntico del planteamiento, el espectáculo funciona muy bien desde el punto de vista teatral, gracias a una certera ambientación escénica, buena dirección de actores y al trabajo magnífico del coro.

A mi personalmente, la cosa escénica me parece siempre secundaria respecto de la musical y en la realidad del día a día me suele gustar casi todo, siempre y cuando el "desmadre" no llegue a cierto punto que me llegue a molestar. Y debo reconocer que no sólo no me molestó sino que más de alguna vez me puso la “piel de gallina”.

Los cantantes estuvieron todos a la altura exceptuando quizás un Telramund con una voz, para mi gusto, demasiado lírica y quizás algo ruda. Creo que el personaje agradece una voz más dramática. Muy bien la Elsa de Emily Magee, de voz bella, lírica y grande a la vez, y la Ortrud de Luana DeVol, su suegra en la vida real, que cantó con gran intención. Mención especial me parece la interpretación del tenor Treleaven, para mi gusto magnífica, quizás con una voz algo cansada pero muy artista en lo musical y en la dicción. Cosechó muchos aplausos y bravos, entre ellos los míos, pero debimos soportar algún listillo que tuvo que gritar "bu". Suerte que Treleaven es un veterano curado de espantos y se lo tomó deportivamente, aplaudiendo con aire risueño al “buador”. Debo mencionar por inesperado el estupendo Heraldo de Robert Borg, verdadero lujo para este papel. Convincente el Rey encarnado por Reinhard Hagen.

El coro, como siempre, magnífico. ¡Felicidades maestro Basso!

La dirección musical de Sebastián Weigle rayó lo sublime. Condujo a la orquesta con firmeza y suavidad a la vez, fraseando y matizando el conjunto de la partitura con los músicos absolutamente entregados. Cómo ha cambiado esta orquesta en los últimos años. ¡Qué cuerda más estupenda, qué madera y qué metal!

No hace tanto tiempo ¿recuerdan? que debíamos sufrir aquel metal tan desajustado en la afinación y en el mismo sonido, ¿y aquellos contrabajos tan desafinados? Ahora, en cambio, da gusto oírlos empastados perfectamente con el resto de la cuerda y los timbales.

Hasta el mismo Weigle se rindió a la calidad de la madera y se quedó escuchando extasiado, con la cabeza apoyada en la baranda y sin dirigir, un fragmento que se pudo gozar con una calidad de sonido y una musicalidad de primerísima orquesta.

En resumen, disfruté de lo lindo de esta función que además tuvo el aliciente añadido para mí de poder sentarme en el mismo sitio que lo hacía cuando ejercía de médico de la Casa.
Gracias a la familia Arqué por invitarme.
Ahora, a esperar a la temporada que viene. Ya les contaré.

¡Felices vacaciones!