diumenge, 9 de desembre del 2007

¿Por qué no soy caballista?

Foto: la soprano Ángeles Blancas

Queridos blogueros operísticos,

Habrán observado mis pacientes lectores que no pongo vídeos de algunos cantantes que para algunos, quizás la mayoría, son o han llegado a ser la cumbre, la máxima expresión del canto.

Me refiero a cantantes de la talla de Montserrat Caballé, Luciano Pavarotti, Joan Suttherland, y quizá alguno más. ¿Cómo puede ser que Montserrat Caballé, una cantante señera, que ha cantado estupendamente, que ha hecho lo que ha querido con su voz gracias a una técnica impecable y que ha cosechado éxitos rotundos en todos los escenarios del mundo gracias también a la mística de unos agudos filados únicos, cómo puede ser, digo, que no me llegue ni me haya llegado nunca a emocionar ni un ápice, a pesar de reconocerle todos estos méritos? ¿Seré un bicho raro, una rara avis en el paisaje de la afición operística? Puede ser: nadie es perfecto, pero voy a intentar explicar el porqué de todo ello aún a riesgo de ganarme enemistades artísticas irreconciliables.

Siempre he dicho que para que un/una cantante me llegue debe de ser capaz de ponerme la piel de gallina en algún momento de su actuación. Es decir, que su interpretación sintonice con alguna “fibra sensible” que llevo dentro, o simplemente, que me llegue y me conmueva. ¿De qué sirve toda la técnica del mundo y toda la belleza vocal si este requisito “sine qua non” no existe? Cuando veo y oigo cantar un artista de estas características pienso “que bien lo haces pero que indiferente me dejas”. Caballé ha sido (y digo ha sido porque hoy día ya no es, aunque se empeñe en seguir siendo) desde el principio una cantante inteligente con un gran dominio técnico de la voz y una facilidad, no sé si natural o trabajada, para el filado más pulido y de sonido más perfecto que haya oído jamás. Su dominio del fiato ha sido también legendario: parecía que no respiraba. Pero ha tenido, desde mi punto de vista, dos defectos. El primero, la falta de pronunciación a partir de los medio-agudos y agudos y el segundo, el importante y casi descarado ahorro de medios durante el transcurso de la ópera de turno, reservándose para las arias o momentos más “importantes”. Este último hecho que seguramente no importa a la mayoría de aficionados, sí me importa mucho a mí y también a algún otro que, como yo, crea que la ópera debe ser cantada e “interpretada” desde la primera hasta la última frase.
Recuerdo un Trovador de los años 70 (¿Quizás en 1978?) en el Liceu, en el que Montserrat Caballé estuvo reservándose de manera muy visible durante toda la ópera para el aria del tercer acto que cantó con su estilo de “mística del filado” (que por cierto utilizaba cuando lo creía oportuno o le iba bien, no cuando “tocaba”) que levantó del asiento al público que literalmente rugía ovacionando a la ilustre soprano. Recuerdo que yo la aplaudía (era, desde luego, para aplaudir) pero pensaba “¿De qué gritarán tanto esta buena gente?” o bien “Qué bello sonido, qué filados, es el más difícil todavía, como en el circo”.

Esta misma sensación la he tenido con otros grandísimos cantantes: “Qué bien cantas, que voz tan estupenda, pero que frío me dejas”. Me ha ocurrido con Pavarotti y también con Suttherland, que cantaba con una perfección de sonido impecable “cómo una flauta” pero todo sonaba igual, ya fuera la Lucia di Lammermoor, la Fille du Régiment, Rigoletto o lo que fuera. Siempre la flauta perfecta dramáticamente inexpresiva.

Este tipo de cantantes en los que ha predominado la calidad de la voz y el dominio técnico por encima de otros parámetros (entre los que hay el fraseo, la dicción y la musicalidad más sutil unida a una expresividad dramática creíble) , tiene un tipo de público mayoritario y muy entusiasta pero también alguno (muy pocos) como un servidor que quedan indiferentes ante las habilidades técnicas casi circenses de sus protagonistas.

En las antípodas de este tipo de cantante están los reconocidos por mí como “grandes artistas” buen ejemplo de los cuales son Natalie Dessay, Virginia Zeani, Victoria de los Ángeles, Teresa Berganza, Carlo Bergonzi, Giuseppe Di Stefano, Plácido Domingo, Josep Carreras, la gran María Callas y un largo etc.

Les quiero hablar de una cantante en particular que quizás les hará entender qué espero yo de la ópera. Me refiero a Ángeles Blancas (ver foto), ésta, para mí, gran artista, no tiene quizás una técnica impecable, aunque sí suficiente, pero posee una capacidad interpretativa y de comunicación de sentimientos única. Cada frase, cada sílaba, diría yo, tiene un sentido. Fraseo, dicción y musicalidad van de la mano para ofrecer interpretaciones memorables, quizás discutibles, pero intensas en emociones que traspasan la sensibilidad del espectador hasta el estremecimiento. Me atrevería a decir “Arte versus Circo”.

5 comentaris:

quim ha dit...

Josep, ara que t'has creat "enemistats irreconciliables" dient el que penses, només puc dir: 'Bravo, dottore.'

Anònim ha dit...

si, si y si.

Anònim ha dit...

no entenc que ningú més no comenti un article tan ben escrit...
ole!
Anna

Anònim ha dit...

Es veu que la gent no té ganes d'escriure o no té gran cosa a dir. M'inclino més per la segona opció.
Gràcies pel teu Ole!
Josep

Anònim ha dit...

Yo tampoco soy caballista... Pero los alaridos gargantosos de Domingo... o los estrepitósos acentos de Carreras (eso le salía a Lauri-Volpi y a Corelli, que los metían como un sumum dentro de la impostación, resonando como triángulos). En fin, y lo de disimular, Carreras y Domingo eran también expertísimos: lo que pasa es que cuando llegaba la romanza seguían igualmente disimulando!!!