Ayer tarde asistí a la representación de Kovantxina, ópera póstuma de Modest Mussorgski, con libreto del mismo compositor, en mi turno de abono en el Gran Teatre del Liceu, que se ha representado bajo el siguiente reparto:
Ivan Khovanski: Vladimir Ognovenko
Andrei Kovanski: Vladimir Galouzine
Vassili Golitsin: Robert Brubaker
Xakloviti: Nicolai Putilin
Dossifei: Vladimir Vaneev
Marfa: Elena Zaremba
Emma: Natalia Timyxenko
Escribiente: Graham Clark
Varsonóvief: Pavel Kudinov
Kuzca: Francisco Vas
Stréixnev: Mikhaïl Vekua
Strelets 1: Dimitar Darlev
Strelets 2: Pavel Kudinov
Confidente de Golitsin: Josep Ruiz
Dirección de escena: Stein Winge
Director del Coro: José Luis Basso
Dirección musical: Michael Boder
Coproducción Gran Teatre del Liceu/Théatre Royal de La Monnaie (Bruselas)
De espectáculo conseguido y redondo podría calificar la octava y última representación de Kovantxina ayer en el Liceu. Todo salió a la perfección, cantantes, coro, orquesta, banda interna y dirección escénica. La versión presentada es la instrumentada por Xostakóvitx, con final arreglado por Gueràssim Voronkov. Esta versión, muy equilibrada, muestra tanto la grisez adecuada a la tragedia del pueblo ruso, como la brillantez de los momentos más heroicos. Siempre sugerente a lo que se dice en el escenario.
Kovantxina es un drama que sitúa la acción en la convulsa Rusia del siglo XVII. Una serie de cuadros escénicos nos muestran unos episodios que empezaron a partir de 1682, durante la regencia de Sofía y los primeros años del reinado de Pedro el Grande. Los grandes personajes, el boyardo Ivan Kovanski líder de los strelsi, el príncipe Golitsin, los Viejos Creyentes bajo el liderazgo de Dossifei, Andrei Kovanski, Xacloviti, Marfa, Emma, etc., no ocultan el verdadero protagonismo del pueblo ruso, encarnado por el coro. En esencia se trata de la lucha por el poder por parte de diversa facciones, vencidas finalmente por el poder del zar Pedro el Grande.
La escena se sitúa en un tiempo indefinido queriendo significar el carácter universal y actual del drama que se presenta, así el vestuario orienta hacia los años 1950. La escenografía es simple pero funcional y sugestiva al mismo tiempo, conformando un lugar que, con pequeños cambios y según la acción de cada momento, se convierte en lo que haga falta, como el salón de un palacio, una plaza, etc. El movimiento de actores resulta muy bueno y convincente. Todo ello junto con la adecuada iluminación, crean situaciones dramáticamente creíbles y de una fuerza plástica muy expresiva.
Los cantantes son todos de primerísima fila y prestaron una actuación vocalmente impactante.
La mayoría eran cantantes eslavos, con su peculiar y abierta manera de cantar que hace que las voces tengan una intensidad de volumen importante y el típico y característico ancho “vibrator”. Permítanme resaltar la voz inmensa de Vladimir Ognovenko en el papel del Príncipe Ivan Kovanski, muy artista en el decir y en el movimiento escénico, bailando incluso de manera creíble con las sugestivas bailarinas persas. Vladimir Galouzine en el papel de su hijo Andrei, posee una voz de tenor dramático, de los de verdad, con un centro casi baritonal y un registro agudo, quizás algo engolado, pero de una brillantez realmente impactante. Robert brubaker en el papel del Príncipe Vassili Golitsin cantó muy bien su parte, con su voz de tenor grande pero con facilidad para la intención y la sugerencia. Nicolai Putilin (viejo conocido del Liceu) cantó el papel de Xacloviti con solvencia y su característica voz baritonal de centro y agudo brillantes. Vladimir Vaneev, en el papel de Dossifei, líder de los Viejos Creyentes, prestó una voz baritonal bella y dúctil cantando con emoción su parte de sacerdote cismático que acaba inmolándose junto a los suyos en la hoguera, al final de la ópera. Graham Clark, que ya conocíamos en el Liceu del Mime y del Loge de la Tetralogía, entre otros, estuvo, como siempre, genial en su interpretación del escribiente, con su voz de tenor de carácter potentísima y su histriónica manera de actuar. De vez en cuando, pero, la mano derecha se les escapa llevando el compás.
Entre los secundarios, déjenme hacer especial atención a dos de ellos. Por una parte, Francisco Vas, un verdadero genio de la escena que, no sólo cantó estupendamente, como siempre, su parte, sino que no dudó en acompañarse de una balalaika tocando de verdad y bien. En fin, un verdadero lujo tener a este gran artista entre nosotros. Por otro lado Josep Ruiz, el veterano tenor, que interpretó al mensajero de Golitsin, canta, como cuando era joven, con la misma voz bien timbrada y con una línea de canto realmente encomiable, muy por encima de lo que sería esperable en un tenor secundario. ¡Por qué no le dan papeles más importantes? Es un misterio que nadie me ha sabido explicar convincentemente. Los demás hombres, Pavel Kudinov, Mikhaïl Vekua y Xavier Comorera, cantaron sus respectivas partes con corrección.
En cuanto a las mujeres, Elena Zaremba cantó la parte de Marfa espléndidamente. Su voz bellísima de mezzosoprano y su canto de características eslavas con unos graves muy bien colocados, hicieron que cosechara una ovación de gala al final. Nataliya Timtxenko, de bello timbre de soprano lírica cantó la parte de Emma con seguridad y musicalidad.
Y para acabar, sólo dos palabras para hablar del ballet. Realmente, en el contexto de una ópera como Kovantxina, añadir un ballet no se acaba de explicar si no es por la imposición de la moda del momento. Pero ya que estaba ahí, cabe decir que las “bailarinas persas” ofrecieron una coreografía (Inger-Johanne Rütter) de gran sensualidad y belleza.
Los coros, verdaderos protagonistas del evento, estuvieron a una altura increíble tanto de homogeneidad, calidad de sonido, empaste del mismo y movilidad escénica. Creo honradamente que su prestación fue muy difícilmente superable. ¡Bravo maestro Basso!
La orquesta conducida por el director alemán Michael Boder, estuvo a una gran altura, tal como nos tiene acostumbrados en los últimos tiempos. La banda interna impecable.
En fin señores, una de las producciones operísticas que quedarán por muchos años en la memoria de todos los aficionados que hemos tenido el privilegio de poder gozar de tal espectáculo. No sería nada exagerado calificar esta producción como la mejor de la nueva etapa del Liceu, desde su reconstrucción.
La escena se sitúa en un tiempo indefinido queriendo significar el carácter universal y actual del drama que se presenta, así el vestuario orienta hacia los años 1950. La escenografía es simple pero funcional y sugestiva al mismo tiempo, conformando un lugar que, con pequeños cambios y según la acción de cada momento, se convierte en lo que haga falta, como el salón de un palacio, una plaza, etc. El movimiento de actores resulta muy bueno y convincente. Todo ello junto con la adecuada iluminación, crean situaciones dramáticamente creíbles y de una fuerza plástica muy expresiva.
Los cantantes son todos de primerísima fila y prestaron una actuación vocalmente impactante.
La mayoría eran cantantes eslavos, con su peculiar y abierta manera de cantar que hace que las voces tengan una intensidad de volumen importante y el típico y característico ancho “vibrator”. Permítanme resaltar la voz inmensa de Vladimir Ognovenko en el papel del Príncipe Ivan Kovanski, muy artista en el decir y en el movimiento escénico, bailando incluso de manera creíble con las sugestivas bailarinas persas. Vladimir Galouzine en el papel de su hijo Andrei, posee una voz de tenor dramático, de los de verdad, con un centro casi baritonal y un registro agudo, quizás algo engolado, pero de una brillantez realmente impactante. Robert brubaker en el papel del Príncipe Vassili Golitsin cantó muy bien su parte, con su voz de tenor grande pero con facilidad para la intención y la sugerencia. Nicolai Putilin (viejo conocido del Liceu) cantó el papel de Xacloviti con solvencia y su característica voz baritonal de centro y agudo brillantes. Vladimir Vaneev, en el papel de Dossifei, líder de los Viejos Creyentes, prestó una voz baritonal bella y dúctil cantando con emoción su parte de sacerdote cismático que acaba inmolándose junto a los suyos en la hoguera, al final de la ópera. Graham Clark, que ya conocíamos en el Liceu del Mime y del Loge de la Tetralogía, entre otros, estuvo, como siempre, genial en su interpretación del escribiente, con su voz de tenor de carácter potentísima y su histriónica manera de actuar. De vez en cuando, pero, la mano derecha se les escapa llevando el compás.
Entre los secundarios, déjenme hacer especial atención a dos de ellos. Por una parte, Francisco Vas, un verdadero genio de la escena que, no sólo cantó estupendamente, como siempre, su parte, sino que no dudó en acompañarse de una balalaika tocando de verdad y bien. En fin, un verdadero lujo tener a este gran artista entre nosotros. Por otro lado Josep Ruiz, el veterano tenor, que interpretó al mensajero de Golitsin, canta, como cuando era joven, con la misma voz bien timbrada y con una línea de canto realmente encomiable, muy por encima de lo que sería esperable en un tenor secundario. ¡Por qué no le dan papeles más importantes? Es un misterio que nadie me ha sabido explicar convincentemente. Los demás hombres, Pavel Kudinov, Mikhaïl Vekua y Xavier Comorera, cantaron sus respectivas partes con corrección.
En cuanto a las mujeres, Elena Zaremba cantó la parte de Marfa espléndidamente. Su voz bellísima de mezzosoprano y su canto de características eslavas con unos graves muy bien colocados, hicieron que cosechara una ovación de gala al final. Nataliya Timtxenko, de bello timbre de soprano lírica cantó la parte de Emma con seguridad y musicalidad.
Y para acabar, sólo dos palabras para hablar del ballet. Realmente, en el contexto de una ópera como Kovantxina, añadir un ballet no se acaba de explicar si no es por la imposición de la moda del momento. Pero ya que estaba ahí, cabe decir que las “bailarinas persas” ofrecieron una coreografía (Inger-Johanne Rütter) de gran sensualidad y belleza.
Los coros, verdaderos protagonistas del evento, estuvieron a una altura increíble tanto de homogeneidad, calidad de sonido, empaste del mismo y movilidad escénica. Creo honradamente que su prestación fue muy difícilmente superable. ¡Bravo maestro Basso!
La orquesta conducida por el director alemán Michael Boder, estuvo a una gran altura, tal como nos tiene acostumbrados en los últimos tiempos. La banda interna impecable.
En fin señores, una de las producciones operísticas que quedarán por muchos años en la memoria de todos los aficionados que hemos tenido el privilegio de poder gozar de tal espectáculo. No sería nada exagerado calificar esta producción como la mejor de la nueva etapa del Liceu, desde su reconstrucción.
1 comentari:
És una llàstima que no hi he pogut assistir. És veritat que sovint a Graham Clark se li escapa la mà amb el compàs! (es pot veure també al DVD de Lady Macbeth de Mensk).
I m'afegeixo al reconeixement cap a Francisco Vas. Quan li donen un paper amb substància (Mime, Bob Boles, l'Innocent i tants d'altres) sempre aconsegueix impressionar.
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