He aquí una historia real como la vida misma. Fue, hace ya algunos años, durante una maratón de canto en el Foyer del Liceu. No diré más para no dar demasiadas pistas.
Una joven soprano debutante en el Teatro, fue aquejada de un dolor abdominal importante que fue diagnosticado en un hospital de Barcelona como dolor por gastroenteritis aguda. Al verla yo, como médico de la casa, pensé que su sintomatología parecía más sugestiva de apendicitis aguda. Así se lo comuniqué a la interesada que respondió que no lo creía porqué el dolor se estaba yendo. Le hice un seguimiento evolutivo de su trastorno digestivo y, según manifestaba, el dolor era imperceptible. Llegó la hora de cantar y cantó. Todavía recuerdo que yo estaba allí por si algo ocurría, y antes de salir me quiso tranquilizar asegurándome que no tenía dolor. Cantó pues las arias que le correspondían no quizás al cien por cien pero sí con calidad suficiente para salir airosa del trance. Después, todos contentos, nos fuimos a dormir (cada uno en su casa, claro.)
A las dos y media de la madrugada me llamó por teléfono muy angustiada por un dolor tremendo en el abdomen. Acudí lo más rápido posible a su hotel y pude comprobar un abdomen agudo por perforación apendicular. La llevé yo mismo en mi coche hasta la clínica, donde fue operada de urgencia hacia las cinco de la madrugada. La operación fue muy bien y el postoperatorio cursó sin complicación alguna.
Esta joven artista tenía unas ganas tremendas de cantar en el Liceu y prefirió disimular los síntomas de su seria enfermedad antes que cancelar su actuación. Tiempo después, ya curada, me lo confesó. Todavía hoy nos une una muy buena amistad.
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